Madrid,
17 de Marzo de 2020
En
algún momento impreciso de la historia, las autopistas impusieron su dictadura
eclipsando a cualquier otro tipo de camino. Surgió así el concepto de
“carretera secundaria” y la meta sustituyó a la ruta, el selfie al instante, el valor del tiempo
al de la aventura, el área de servicio al recodo del camino, el turista al
viajero.
El
virus se fue extendiendo como una “enfermedad más” asociada a las sociedades
desarrolladas y, como la obesidad, el colesterol, el sedentarismo o la
depresión, llegó a nuestros hogares. Los pasillos, las ventanas, los balcones
acabaron convirtiéndose silenciosamente en esas carreteras secundarias a las
que ya nunca nos asomábamos y comenzaron, incluso, a desaparecer de los
edificios modernos.
Un buen día, un bicho microscópico nos recluye
en casa. Y una tarde, después de salir a la terraza a ovacionar a nuestra
sanidad pública, te sientas en el sofá y una fragancia que no conocías o en la
que nunca te habías fijado, te llama la atención. Giras la cabeza hacia tu
izquierda y allí está ella. ¿Desde cuándo usa ese perfume? ¿y ese flequillo?
¿Será nuevo ese vestido? Y un cierto rubor te enciende el rostro. Entonces,
apagas la tele, abres una buena botella de vino, rescatas aquel viejo vinilo
que hace tanto que no escuchas, enciendes una vela y regresas al sofá con dos
copas. Te vuelves a sentar a su lado y dices: “Hola”.
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