lunes, 29 de enero de 2018

Lunes

No le pido al lunes que se disfrace de viernes;
pero, al menos,  
que lo haga de miércoles
o de primavera


martes, 16 de enero de 2018

Dolores

16 de Enero de 2018

Las tardes de Julio en Tempio se hacían largas, monótonas, como una densa estación de tránsito entre la mañana y la caída del sol cuando preparábamos los trajes para salir a algún lugar a bailar.

Induráin imponía su ley sobre las montañas francesas y a nosotros nos gustaba bajar hasta el pueblo después de comer, a algún bar del centro, a sacar pecho entre la clientela local viendo cómo Miguelón volvía a imponerse por enésima vez sobre Chiapucchi y Bugno, lo ídolos nacionales.

Al acabar la etapa del Tour, retornábamos por la carretera desierta de sombras y tráfico en dirección al colegio que nos servía de residencia durante el festival. 

Pero una tarde tediosa de triunfo y calor como otra cualquiera, algo extraordinario sucedió. Nos acercábamos a la escuela y, del otro lado del muro, una voz infantil dejaba escapar una melodía que poco a poco iba ganándole el pulso a las chicharras. 

Cruzamos la puerta de entrada acelerados por una curiosidad de atracción fatal y, entonces, la magia apareció. Ahí, en el margen derecho del camino de tierra que daba acceso al colegio, en medio del pequeño bosque que lo rodeaba, a la sombra de unos árboles en la siesta sarda, unas niñas jugaban. Tal vez al elástico o a la lima o a la rayuela o a alguna versión local en una imagen que a mí se me antojó atemporal. Mientras ella seguía cantando. 

What’s in your head, in your head…



Menuda, frágil, con un vestido vaporosamente infantil, ajeno a cualquier sensualidad. Las trenzas sobre los hombros y aquella voz a ratos enérgica, a ratos desgarrada, como poseída, que ahora se hacía rotundamente reconocible. 

Zombie, zombie, zombie...


Las niñas continuaban saltando, indiferentes, como contagiadas por el tedio vespertino mientras yo asistía perplejo a aquel despliegue de voz que hoy hubiera triunfado en cualquier concurso televisivo en su versión kid.


Era Julio del 95’ y nunca más volví a verla ni a escucharla en el resto de días que duró el festival. Pero hoy, casi 23 años después, al leer la noticia de la muerte de cierta cantante irlandesa con nombre hispano, me acordé de aquella niña que hoy será una mujer.  Me la imaginé viviendo lejos de su isla, tal vez en Roma o Milán. Y quise pensar que ayer, al ver la tele, un nudo de nostalgia se abrazaría a su garganta al rememorar aquellas tardes de verano de su infancia en las que, en su pueblo, jugando al elástico, ella soñaba con ser Dolores.