lunes, 13 de julio de 2015

Krahe

Podría hablar de la primera vez que escuché de él cuando un amigo llevó un cassette grabado al Instituto - de la música que escuchaba su hermano mayor - con un extraño nombre a boli - La Mandrágora - y en el que una canción nos tenía locos: Marieta.




Podría tal vez escribir sobre aquella vez que lo vi en Zahara de los Atunes, una noche de luna grande, sentado en una pequeña mesa cercana  a la playa, con su eterna camiseta a rayas, absolutamente absorto  en una partida de ajedrez. También podría hacerlo sobre una conferencia suya en mi facultad en la que, con ese cinismo erudito, tan suyo, nos habló de su mundo mientras no paraba de fumar. O recordar cuando su Cuervo Ingenio fue vetado en TVE por el gobierno de Felipe González.



Pero lo que aquí quiero compartir hoy es un instante surrealistamente mágico que me sucedió hace algunos años en Nueva York: Nochevieja en casa de ese “universo particular” que es Mikel Urmeneta. Sobre las 9 de la mañana, para los supervivientes, nuestro anfitrión sacó una preciosa botella de tequila labrada en tonos azules y blancos. No sé por qué, en un momento determinado, comenzamos a hablar de Javier, de sus letras, de su importancia en la difusión de Brassens en España, de la influencia determinante en la obra de Sabina, que siempre escribía preguntándose: “¿Le gustará a Krahe?".


Mikel, que había participado recientemente en la parte gráfica de un disco en su homenaje,  me escuchaba, jugueteando con un lápiz entre los dedos, con esa mezcla de hiperactividad e interés apasionado por quien tiene delante tan característicos en él. En un momento dado, me interrumpió, buscó su teléfono y me dijo: “Vamos a llamarle”. No sé cuánto duró aquello, ni siquiera de qué hablamos, ni si lo traté de tú, usted, maestro - deformación taurina - o simplemente le llamé Javier. Lo que sí recuerdo es que, cuando le devolví el móvil a Mikel para que se despidiera, tuve la sensación de haber conversado con todo un caballero que, desde su serenidad de recién levantado, supo ser educado, amable y paciente con un desconocido que todavía estaba en la noche anterior. 




Gracias Javier por tu influencia, por ser punky sin serlo, por tu iconoclastia culta y con clase. Por tu arte. Por haber sido. Por seguir siendo.