miércoles, 12 de junio de 2013

El Cine Europa

“En la melancólica media luna del atardecer de invierno, enfilaron Bravo Murillo desde Cuatro Caminos. A medida que se acercaban a su destino, iban encontrando grupos de peatones cada vez más numerosos, que se dirigían al lugar del mitin, ocupando las aceras e invadiendo la calzada. [ ] El cine ocupada todo un edificio de tres plantas. Los grandes paneles publicitarios de la fachada habían sido cubiertos por telones negros donde figuraban los nombres de los falangistas muertos en enfrentamientos callejeros o en emboscadas. [ ] Un seísmo pareció sacudir los cimientos del cine Europa al pisar la escena José Antonio Primo de Rivera.” (Riña de Gatos, Eduardo Mendoza)


Me gustan las novelas que mezclan realidad y ficción, personajes  inventados con figuras históricas a la manera en que en los poemas de Homero se fundían mortales y dioses. Y me gusta que las tramas se desarrollen en espacios tangibles, reconocibles. Por eso me aburre la literatura fantástica y siempre acabo encontrando algo mucho más interesante – gustos son gustos - que “El Señor de los Anillos” para llevarme a la cama.

Me priva apuntar los escenarios  por los que discurren las acciones  y salir luego a perseguir los pasos de los protagonistas por las ciudades que habito. Me he sorprendido a mí mismo siguiendo a Roque Díaz  - Frontera Sur  - por Buenos Aires,  a la Maga – Rayuela - por París, a Daniel Quinn - Trilogía de Nueva York -  por Manhattan,  al Pijoaparte - Últimas Tardes con Teresa - por Barcelona, a Minaya - Beatus Ille - por ese trasunto de Mágina que es Úbeda…He buscado la casa de Inés - Inés y la Alegría - en la calle Montesquinza, la de Andrea – Nada – en Aribau, la de Santiago Abel – La Noche de los Tiempos -  en Príncipe de Vergara…He soñado  tropezarme con Jim Wormold – Nuestro Hombre en La Habana – en La Habana, con Galip – El Libro Negro – en Estambul, con Santiago Biralbo – El Invierno en Lisboa – en Lisboa. Me he obsesionado con la perspectiva de una plaza en Granada – El Robinson Urbano -, con el  aroma de un mercadillo en el Caribe  – El Siglo de Las Luces –, con cierta luz crepuscular  en Venecia -Muerte en Venecia -…Y me he emocionado al doblar una esquina, como quien pasa una página, y descubrir en una callejuela soleada o en una plazoleta minúscula, una casa señorial o un palacete donde alguien una vez imaginó a su personaje cruzándose con un joven Alberti de mono azul  o transgrediendo rígidas normas de clase en el primer club feminista de la capital.

Las ciudades son láminas transparentes que las novelas nos ayudan a colorear. Ciertos edificios, ciertos monumentos, ciertos parques, ciertas calles secundarias no existen, son traslúcidos, hasta que los leemos. Y su hallazgo tiene ese punto de exaltación ansiosa y playa virgen de los descubrimientos.

Cine Europa
De todos estos hitos urbanos, los que peor ha tratado el paso del tiempo son, sin duda,  los cines. Como el Europa, de cuya existencia supe el otro día leyendo Riña de Gatos de Eduardo Mendoza. Situado en la madrileña calle de Bravo Murillo, algo más arriba de Cuatro Caminos, fue diseñado por Luis Gutiérrez Soto - "el arquitecto de los cines": Callao, Barceló (hoy discoteca Pachá) - en 1928. Sus formas suaves, hijas del expresionismo alemán,  y su enclave “periférico” con relación al centro urbano, debieron dotarlo de un aire majestuoso y moderno en la época.  En su escenario se celebraron mítines, como el de José Antonio Primo de Rivera que describe Mendoza en la novela, y tuvo lugar nada menos que la primera actuación de Antonio Machín en España.

José Antonio Primo de Rivera acompañado, entre otros, por Julio Ruíz de Alda y Raimundo Fernández Cuesta a la salida del mitin de Falange Española en el Cine Europa, el 12 de Febrero de 1936.
Comido por la curiosidad, y aprovechando que iba al cercano Cine Verdi, el domingo pasado salí temprano de casa para contemplarlo in situ. Debo decir que me costó encontrarlo. Primero, porque el desarrollo urbano de la zona lo ha ido engullendo. Y segundo, porque ya no existe, o no existe como tal.  El glamuroso Cine Europa al que las parejitas de preguerra iban a besarse y las damas de la alta sociedad a escuchar a sus ídolos cantantes, una noche echó el telón y dejó de pintarse los labios.  Y donde antes se leía entre candilejas: Casablanca o Mogambo, hoy reza prosaico: Saneamientos Pereda. Así, sin más, como bótox mal puesto.

Saneamientos Pereda


viernes, 7 de junio de 2013

El Libro de Arena

"Me dijo que su libro se llamaba El Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tienen principio ni fin" (Jorge Luis Borges, "El Libro de Arena", 1975)

Los libros encierran innumerables historias. De todas ellas, la que contienen sus renglones, la que imaginó el escritor, tan sólo es una más. Tal vez la más obvia, la más lineal, a veces la menos interesante, la única que con cierta certeza consta de principio y fin. Luego están las otras, mucho más enigmáticas, las que acaban tiñendo sus páginas de amarillo tiempo y llenándolas de misteriosas cicatrices: un pétalo marchito marcando un capítulo, la tinta desleída de una hoja acartonada - quizás por una lágrima o por una gota de lluvia -,  los restos de carmín sobre unos versos desnudos o la violencia de un garabato desgarrando una dedicatoria ya por siempre encriptada. La historia leída, la que plasma el escritor, es el ADN del libro, su parte inmutable. Las otras, las que lo hacen único, imprevisible. Como esos hijos que traemos al mundo tratando de moldearlos a nuestro antojo para que luego tomen sus propias decisiones y tengan el mal gusto de sobrevivirnos.

Foto: Ramiro Curá
Rojo era consciente de ello y por eso no se había atrevido nunca abrir aquél que Azul, al marcharse, dejó olvidado. Aunque a veces, en las tardes de tedio y nostalgia, lo sacaba con delicadeza del cajón y acariciaba su lomo evocando aquel verano tan corto como eterno: La recordaba leyéndolo sobre las rocas, junto al faro, o saliendo del mar bañada en atardeceres mientras una tenue brisa de levante agitaba sus hojas de acordeón desvencijado. Otras era él el que lo recogía, húmedo de rocío, de una hamaca del jardín donde Azul lo había abandonado tras hacer el amor precipitadamente, bajo la luna de Agosto, junto a dos copas de champagne vacías.


 Quién sabe qué pactos secretos traman el alcohol y el subconsciente. Tal vez fue el aroma a azahar que entraba por la ventana o el ladrido lejano de un perro o la luna llena o la canción de Billie Holliday que sonaba de regreso a casa…el caso es que aquella madrugada de primavera nueva, sacó el libro del cajón, se tumbó desnudo sobre la cama de sábanas recién cambiadas y se aventuró a leer: “La última vez que vi a Miguel Desvern o Deverne fue también la última que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no dejó de ser extraño y quizá injusto, ya que ella era eso, su mujer, y yo era en cambio una desconocida…”. Y pasó una página y luego otra que culminaba un capítulo que luego se convirtió en primera parte a la que seguía una segunda…hasta que la ducha del vecino de arriba le indicó que ya debía de estar clareando. Entonces cerró el libro y, al apagar la luz, se dio cuenta de que tenía el pecho lleno de arena.




Para R., por hacerme ver que, si las letras juntas componen poesía, los colores el arcoíris. Y, cómo no, por devolverme libros llenos de arena. 

lunes, 3 de junio de 2013

En Construcción

"Es una historia de ida y vuelta. Un retrato de vida hecho de pedacitos de realidad [ ] Sole y Pablo llegaron a España creyendo en la salvación del sueño europeo. Y hoy, tan lejos de lo que vinieron buscando, surge la pregunta: ¿volver?" (Carolina Román y Nelson Dante)

"Un hombre y una mujer caminan por las calles de Madrid. No hay dramatismo en sus expresiones. De fondo: una ciudad desenfocada, un ruido, una distorsión [ ] Un espejo lleno de preguntas: ¿cómo nos ven? ¿cómo los vemos / tratamos? ¿qué haremos ahora que los inmigrantes en otros países volvamos a ser nosotros? ¿qué será de nuestros sueños? ¿de los sueños de Pablo y Sole?" (Tristán Ulloa)

Los amigos dibujan una constelación de letras que, combinadas entre sí, a veces forman palabras que dan lugar a frases que en última instancia acaban tejiendo maravillosas historias. Y del mismo modo que uno aprende con los años que ciertas letras juntas jamás podrán significar nada, también intuye que de la combinación de otras, incluso variando el orden, termina surgiendo siempre poesía. De este manera, el trabajar con C me permitió conocer  a V que me presentó a P y a J a quienes ella había conocido a través de A que, leyendo una crítica del susodicho P, descubrió una joyita teatral llamada En Construcción que fue a ver hace unos días  y que luego recomendó a su propia constelación de letras.


Y así fue como, en una tarde otoñal en primavera, mientras sonaban los clarines que anunciaban la salida del primer Jandilla al ruedo de Las Ventas, yo tomaba un metro en dirección al Teatro del Arte: un modesto portal en una calle secundaria de Lavapiés, una zona de tránsito con una mesa por taquilla y una minúscula barra, dos cómicos con bombín por único personal y un espacio escénico en el patio interior, en una nave perfectamente acondicionada en medio de una antigua corrala - ropa tendida desde las ventanas incluida -, donde público y actores están al mismo nivel, muy cercanos, casi rozándose.


 En cuanto a la obra: montaje austero, artesanal, desnudo. Dos personajes, una pequeña historia,  tan particular como universal, escrita y actuada por Carolina Román y Nelson Dante – que, por si fuera poco, también cantan y bailan - y dirigida por Tristán Ulloa.

Mi debilidad musical me hace resaltar la intimista versión a la guitarra del Sea de Jorge Drexler por parte de Dante y la conmovedora recreación al piano y a dos voces del Pétalo de Sal de Fito Páez.


Buen plan para una tarde cualquiera de esta primavera vestida de otoño  y que acabó con un emocionado aplauso a los actores tras el cual Román leyó una frase desgraciadamente recurrente en estos últimos tiempos en las salas a las que acudo: “Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo” (Federico García Lorca).