Madrid, 20 de Marzo de 2020
Hace
unos meses le detectaron a mi padre un tumor. Después de varias semanas de
quimio y radioterapia, estaba programado, desde hace tiempo, para ser operado
el 19 de Marzo, casualmente Día del Padre en España.
Nadie
podía suponer cuando todo esto comenzó la situación tan dramática y surrealista
con que nos encontraríamos llegada la fecha. Hablamos con el cirujano,
preocupados por las circunstancias con el agravante de la edad y el médico nos dijo que entraba dentro de los
casos urgentes y que todo debía realizarse según lo previsto sin dilación.
¿Qué
hacer? ¿Viajar para estar con la familia en Málaga estos días? ¿Seguir los
acontecimientos desde mi casa en Madrid? En condiciones normales la respuesta
hubiera sido de Perogrullo pero la normalidad es una tierra que nos ha quedado
muy lejana demasiado rápido.
El
corazón me decía que debía acudir. La cabeza que debía permanecer en casa. En
este mundo recién estrenado en que los abrazos están prohibidos y nuestros
propios cuerpos se han convertido en
potenciales mensajeros de la muerte, ¿Dónde era más útil yo? ¿Cómo era más
útil? Desemboqué en un callejón sin salida: Si no viajaba y le sucedía algo no
me hubiera perdonado a mí mismo nunca el no haber estado. Si viajaba y le
pasaba algo por mi culpa, tampoco.
En
consenso con mi madre y mi hermana, decidí lo más sensato, permanecer en Madrid
y estar pendiente. Todo salió bien y la primera noche ha transcurrido sin
complicaciones. Ahora comienza el duro camino de la recuperación que yo, de
momento, tendré que vivir a distancia.
Sé
que, como yo, hay muchas familias en situaciones parecidas sacrificándose de
manera solidaria y es por ello que no puedo más que indignarme cuando veo esas
imágenes de gente que rompe el aislamiento o se lo toma como unas vacaciones.
“Ni
darle un beso cuando se lo llevaban me han dejado” me dijo ayer mi madre por
teléfono con la voz entrecortada mientras operaban a mi padre.
Ahora
nos toca comportarnos como lo que somos: una sociedad madura y hacer caso a nuestras autoridades. Cuanto más
quietos nos quedemos, más rápido avanzaremos.
Todo
puede empeorar sí y, de hecho, lo hará en los próximos días pero eso no
significa que vaya a acabar mal. El final lo escribiremos nosotros.
Recoleta, Buenos Aires, Noviembre de 2007 |
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