jueves, 19 de noviembre de 2015

De Sillas y Capitalismo

"Que no, que no, que el pensamiento 
no puede tomar asiento, 
que el pensamiento es estar 
siempre de paso, de paso, de paso..." ("De Paso", Luis Eduardo Aute)

Me gusta observar fotos antiguas y tratar de desvelar sus historias implícitas. Esas que tal vez estén fuera de plano y que el autor no quiso o no se planteó contar pero que, sutilmente insinuadas, para quien las quiera buscar, ahí están esperándonos.

Un cierto gesto ya anacrónico, una prenda en desuso, una mascota, un amuleto, un cierto número de personas en un espacio ya desaparecido, un eslogan en una pared, la preponderancia de unos determinados aparatos domésticos sobre otros en una habitación, la posición de una ventana, de un símbolo religioso…

Tejidos Siles en Plaza Carmen Abela. Ronda, años 20's.


Hace unos días, esta imagen sacada de la Biblioteca Virtual de la Serranía de un comercio de tejidos de los años 20’s en Ronda, aparte de recordarme visualmente a esos templos a la mercantilización de la nostalgia que son las tiendas de A Vida Portuguesa en nuestro país vecino, me invitó a reflexionar sobre algunos elementos que en ella vi: En primer lugar, la cantidad de dependientes, que nos hace suponer unos salarios muy bajos; en segundo lugar, la homogeneidad estética y el género - todos hombres -  de los empleados, que nos habla de lo difícil que era contradecir la grisura de las normas establecidas; Pero lo que más me llamó la atención, sin duda,  fue ver a las clientas - mayoritariamente mujeres - sentadas cómodamente en sillas en el momento de ser atendidas como sólo se ve hoy en día en las joyerías más exclusivas. 

A Vida Portuguesa en Lisboa

Y un buen día desaparecieron las sillas...

¿Se trata de una antigua muestra de caballerosidad hoy ya perdida? ¿Tal vez de una “estrategia comercial" utilizada por gente que ni siquiera sabría el significado de ese concepto? Yo diría más bien que representa una determinada forma laxa de relacionarse con el tiempo que, en nuestro mundo occidental moderno, ha sido pisoteada por esa máxima capitalista que dice que “el tiempo es oro” y que todo instante que transcurra sin que estemos generando dinero, simplemente es un desperdicio. El tiempo tenía otro tempo 

Y es que al capitalismo no le interesa que nos pongamos cómodos, sino que estemos siempre de paso. Por eso nos quitaron las sillas…








domingo, 15 de noviembre de 2015

Librería Hispana

La primera vez que tengo conciencia de haber entrado allí fue una tarde invernal en que no tendría más de 7 años. Yo deambulaba alucinado por aquel minúsculo universo al que popularmente todos conocíamos como el "X Chico” tratando de comprender  cómo era posible que cupieran tantas letras en tan poco espacio mientras mi madre, botas negras altas por fuera de los vaqueros, abrigo de paño hasta las rodillas y guantes de piel fina, siempre elegante, conversaba con Paquita, aquella señora de sonrisa perenne y porte de maestra antigua que, siempre amable con nuestros mayores, atendía el negocio.

Recuerdo aquella vez haberme encaprichado de un juego de cartas atractivamente ilustradas para niños con escenas de familias de distintas partes del mundo - tiroleses, indios americanos, africanos…- con su respectivas indumentarias y su kit completo de estereotipos. Yo, que soñaba con viajar de mayor a conocer todos esos lugares, le insistí a mi madre, casi hasta el llanto, para que me las regalara.


Quién me diría a mí que años después, siendo yo ya adolescente y cuando mi sueño de viajar por el mundo se hacía realidad a través de los Coros y Danzas, que aquella librería se convertiría en el lugar de peregrinación de mi madre, de nuestras madres, para saber de nosotros y de cómo nos encontrábamos en nuestras andanzas "artísticas" a un lado y otro del Telón de Acero y del Atlántico. 

La directora y fundadora del grupo, Adela Ramírez, era la mujer del dueño de la librería, Antonio Vázquez, y, cada tanto, llamaba allí por conferencia contando nuestras venturas y desventuras para que él tuviera informadas a nuestras familias en esa "era" pre-internet y pre-móvil. 

Adela Ramírez y Antonio Vázquez en la puerta de la Librería Hispania


Este viernes pasado, Día de las Librerías en España, Ángeles Castillo creadora de esa divertida página en Facebook que es Eres de Ronda si colgó en ella un par de fotos de la Librería Hispania por aquella época y a mí se me vinieron todas estas imágenes a la memoria. 


Misma imagen en los años 80's



Todas éstas y una más que yo no viví pero que algún día creo haberle escuchado  Antonio Vázquez: primera mitad de los 80’s, Borges, ya ciego, con su inseparable María Kodama del brazo, entrando en el “X Chico. No recuerdo qué libros me contaron que se llevó pero sí que su presencia en el interior de aquél ínfimo espacio de la Calle de la Bola, me persiguió durante algún tiempo. 

lunes, 13 de julio de 2015

Krahe

Podría hablar de la primera vez que escuché de él cuando un amigo llevó un cassette grabado al Instituto - de la música que escuchaba su hermano mayor - con un extraño nombre a boli - La Mandrágora - y en el que una canción nos tenía locos: Marieta.




Podría tal vez escribir sobre aquella vez que lo vi en Zahara de los Atunes, una noche de luna grande, sentado en una pequeña mesa cercana  a la playa, con su eterna camiseta a rayas, absolutamente absorto  en una partida de ajedrez. También podría hacerlo sobre una conferencia suya en mi facultad en la que, con ese cinismo erudito, tan suyo, nos habló de su mundo mientras no paraba de fumar. O recordar cuando su Cuervo Ingenio fue vetado en TVE por el gobierno de Felipe González.



Pero lo que aquí quiero compartir hoy es un instante surrealistamente mágico que me sucedió hace algunos años en Nueva York: Nochevieja en casa de ese “universo particular” que es Mikel Urmeneta. Sobre las 9 de la mañana, para los supervivientes, nuestro anfitrión sacó una preciosa botella de tequila labrada en tonos azules y blancos. No sé por qué, en un momento determinado, comenzamos a hablar de Javier, de sus letras, de su importancia en la difusión de Brassens en España, de la influencia determinante en la obra de Sabina, que siempre escribía preguntándose: “¿Le gustará a Krahe?".


Mikel, que había participado recientemente en la parte gráfica de un disco en su homenaje,  me escuchaba, jugueteando con un lápiz entre los dedos, con esa mezcla de hiperactividad e interés apasionado por quien tiene delante tan característicos en él. En un momento dado, me interrumpió, buscó su teléfono y me dijo: “Vamos a llamarle”. No sé cuánto duró aquello, ni siquiera de qué hablamos, ni si lo traté de tú, usted, maestro - deformación taurina - o simplemente le llamé Javier. Lo que sí recuerdo es que, cuando le devolví el móvil a Mikel para que se despidiera, tuve la sensación de haber conversado con todo un caballero que, desde su serenidad de recién levantado, supo ser educado, amable y paciente con un desconocido que todavía estaba en la noche anterior. 




Gracias Javier por tu influencia, por ser punky sin serlo, por tu iconoclastia culta y con clase. Por tu arte. Por haber sido. Por seguir siendo.

miércoles, 14 de enero de 2015

Francesco Rosi

Recuerdo el Barrio de Padre Jesús vestido de “época” con sus callejuelas empedradas camufladas de tierra, sus balcones ornados con persianas de esparto y los cables de la luz soterrados. Recuerdo el edificio del fondo, tras la fuente de Los Ocho Caños, cubierto de corcho sintético imitando piedra, transformado en la fábrica de tabaco donde trabajaba ella.



Recuerdo haber asistido al rodaje de una escena en que las cigarreras se peleaban en presencia de don José y ver a Aurora Vargas sobre una carreta o un coche de caballos.

Recuerdo a mis padres hablándome del rodaje final en la plaza de toros a mi vuelta de un campamento, de la conversación de “mi tío Eduardo” – por su condición de responsable del hospital – con el director Francesco Rosi y de escuchar a mis mayores hablar de las salidas nocturnas de Antonio Gades y  Pepa Flores al Coca´s o de Plácido Domingo a La Torre.

Recuerdo una ciudad tomada por los peliculeros y a medio pueblo ejerciendo de “extras”.

Recuerdo, un tiempo después, caminar por París y cruzarme con enormes carteles de la película y emocionarme al ver tan lejos, en esa época Europa quedaba muy lejos, a mi queridísima y bella Pilar Becerra en las paredes.

Hoy, un artículo en el periódico sobre la dimisión de Giorgio Napolitano, presidente de Italia, iba ilustrada con una foto suya saliendo de un funeral: el del director de cine Francesco Rosi, discípulo de Visconti, ganador de la Palma de Oro en Cannes en el 72 y director de una versión operística de la “Carmen” de Bisset rodada en Ronda en 1984 con  Julia Migenes  y Plácido Domingo como protagonistas.


Por un momento, se me vino todo aquel verano a la cabeza. 


sábado, 10 de enero de 2015

Yo Soy Charlie

El mundo globalizado impone sus propias reglas totalitarias que te buscan allá por donde estés y difícilmente te dejan evadirte de la actualidad. Uno cambia de país, apaga el teléfono y, por unas breves horas o días, trata de recuperar esa antigua sensación de estar embriagadoramente  perdido en una ciudad, un paisaje o unos ojos con fecha de caducidad y sin mayor atadura a “su mundo” que una llamada o un mensaje esporádico a la familia diciéndoles que “está todo bien”.

Pero la globalización totalizadora impone su dictadura y en el callejón más recóndito del barrio más suburbial del mundo, uno entre una mañana a tomar un café, un té o lo que la cultura local indique y, de pronto, una tele de tubo antigua, tal vez sin volumen, esté emitiendo las imágenes de una tragedia que tiene lugar a miles de kilómetros, o a la vuelta de la esquina, y que las leyendas que se suceden como una lluvia cansina a los pies de la pantalla van desentrañando en un idioma quizás extraño pero usando ciertos términos que, como alarmas de Google, nuestro cerebro va reconociendo e interpretando.

Al mediodía, en el puesto de frutas frescas de un mercado  y, a la hora de comer, en un bar de menús baratos que incluyen una invariable “sopa de legume”, las mismas imágenes o muy similares, siguen hablando de la tragedia y esa repetición y ubicuidad, le dan una dimensión que acaba por ponernos finalmente en alerta.

Tal vez no hayan pasado ni 48 horas desde que dejé Madrid y mi mente, a la hora de regresar, no sólo vuelve enriquecida de un montón de olores, sonidos, sabores y términos nuevos que se han ido adhiriendo a mi memoria vital a lo largo de estos días, sino también de una tragedia lejana con sus nombres propios y sus imágenes que se me han hecho tan familiares como las calles en cuesta y las casas en tonos ocres resbalando hasta un río surcado por puentes de hierro por las que he caminado.

Llego al aeropuerto de regreso y busco mi puerta de embarque. A la derecha, sobre el mostrador, un número 15 como una metáfora de este año nuevo que despega. A la izquierda, un monitor con una frase que se multiplica por toda la sala y que a mi desembarco en la ciudad hubiera sonado indescifrable pero que a estas alturas ya todos saben interpretar: “Nos somos Charlie”  




Y es que la solidaridad también se puede globalizar…