lunes, 21 de marzo de 2016

Lunes de bares y fútbol

Lunes, 21 de Marzo de 2016

"Los domingos en el club
 Salvo que cristo sigue allí en la cruz
 Las columnas de la catedral
 Y la tribuna grita gol el lunes por la capital"
("Mariposa Tecknicolor", Fito Páez)

Era mediodía cuando entré en aquel bar. Elegí un lugar en la barra y pedí un café con leche con tostadas y zumo de naranja.

Había algún cliente de paso pero la mayoría parecía navegar con familiaridad  de pecera.

Mis codos sobre la barra, mis ojos sobre la taza y mis oídos saltando de conversación en conversación.

Ernest Descals


La puerta chirrió levemente y una pareja en edad de jubilarse se zambulló en el local. Él, invidente, buscó el mostrador sin necesidad de su bastón ni de su acompañante. Tal vez contando los pasos  en silencio mientras llamaba al camarero por su nombre  y se refería irónico a un equipo de fútbol del sur y a un partido de liga de ayer.

Busqué en la paredes alguna connotación provinciana o deportiva que me situara y no encontré nada. Tan sólo fotos en blanco y negro de un Madrid que fue. Tampoco en su acento hallé respuestas.

Alguien desde el fondo intercedió quitándole méritos al equipo del que era hincha el invidente en un diálogo que a mí se me antojó recurrente, de pan nuestro de cada lunes.

En ese momento, el ciego, risueño, afable, le pidió a su mujer que le enumerara los platos del día que había sobre el expositor y, sin darse vuelta, le dijo a su interlocutor del fondo: “Tú bien sabes Miguel que lleváis más puntos que nosotros porque os han pitado 20 penaltis a favor este año que claramente no eran, como el de ayer. Los árbitros siempre os favorecen.


Pagué mi desayuno y salí de aquella pecera preguntándome cuánto tiempo haría que aquel hombre se quedó sin vista; y, en ese momento, comprendí que en el fútbol, como en la mayoría de los deportes, lo importante no es lo que uno ve, sino lo que uno quiere ver.


viernes, 11 de marzo de 2016

Chano Domínguez Trío


No se corta el humo en el ambiente, ni el local es un antro ni el pianista un perdedor, sino un tipo del Sur de sonrisa amplia de Bahía de Cádiz y melena de estela de vaporcito del Puerto.

Su lugarteniente exhibe una ambigua mueca de tristeza alegre y se abraza al contrabajo como a la vida. Esbelto, enjuto, con su figura a medio camino entre Rodin y Giacometti.

Más allá, camuflado tras su instrumento, el batería. Sabedor de su papel imprescindible pero secundario y de que sus golpes  sobre los platos deben tener la sutileza de una confidencia.

Chano Domínguez (piano), Javier Colina (contrabajo), Guillermo McGill (Batería). Café Central, Madrid,  
El panista viene de Seattle y se disculpa por no haber tenido tiempo de ensayar. No hace falta. Se conocen de tantos años y escenarios juntos que  la improvisación que aparentan camufla una compenetración muy pulida y trabajada.

Su repertorio navega del Guadalquivir a Nueva Orleans pasando por el Caribe. Cantes de ida y vuelta que se prenden al alma para no marcharse.

Fuera, tras las vidrieras, el frío y la lluvia. Y los árboles sometidos por el viento en una danza sincopada e insonora de cristal de aeropuerto. Dentro, los tonos cálidos y la quietud expectante. En frente mía, un economista que lo dejó todo en la capital para montarse un paraíso en forma de hotel rural en Cáceres. A mi derecha, ella.  Inquietante, misteriosa, irresistible. Y a mi espalda, casi rozándome, el pianista.  Me vuelvo y no consigo ver sus manos.  No importa. En los ojos de ella,  con su brillo de teclas,  sus dedos saltan de pupila a pupila.  Y la escena toma tintes de irrealidad. Y sus iris son dos bafles oscuros de donde brotan los acordes.  Y sus piernas infinitas, una tentación de alabastro. Y su vestido, el telón de un escenario a punto de abrirse. Y sus labios, una partitura en clave de sol. Y yo ya no sé dónde acaba la música y dónde empieza ella. Ni qué pasará un minuto después, cuando el piano deje de soñar y ella, con un poco de suerte, me descubra…