23 de Abril de 2014
Petra, Jordania
Y es que era tal la cantidad de turistas concentrados a lo
pies de éste último que su belleza, sorprendente al final de un desfiladero de
piedra, se diluía entre fotografías y voces multilingües haciendo imposible el
más mínimo cortejo amoroso.
Desfiladero de acceso al "tesoro"
El pez
El "tesoro" de golpe, al final de un largo desfiladero
El "tesoro"
Los nabateos esculpían en la roca comenzando de arriba abajo
Subiendo en burro hasta el "monasterio"
El "monasterio"
La puesta de sol desde la cima sobre los montes azulados de
Israel, tan sólo unos metros más arriba, fue otro momento mágico y, cuando ya
estábamos a punto de comenzar el descenso desde ese punto, un jinete surgido de
la nada se apeó de su caballo, juntó un puñado de retamas secas, puso a hervir
agua sobre una cazuela metálica y nos convidó a té silvestre por el simple hecho de conversar y sentirse acompañado.
Campamento vacío a esas horas en la cima de Petra
Esperando la puesta de sol por el horizonte de Israel
Una piedra encajada, un deseo
Allí, junto a la frágil candela, nos habló de una vida nómada y sin ataduras, de la búsqueda de la felicidad en la sencillez de las cosas y de cómo los nabateos esculpían sus gigantescas obras
labrando la piedra en sentido descendente, de arriba abajo, “comenzando la casa por el
tejado”.
Cuando nos quisimos dar cuenta se había hecho de noche. Nuestro amigo se preparaba para dormir y nosotros debíamos regresar. Una luna apenas decreciente iluminaba el camino dando un tono ceniciento, como de lomo de elefante, al estrecho desfiladero por donde bajaban con increíble destreza nuestros burritos.
Cuando nos quisimos dar cuenta se había hecho de noche. Nuestro amigo se preparaba para dormir y nosotros debíamos regresar. Una luna apenas decreciente iluminaba el camino dando un tono ceniciento, como de lomo de elefante, al estrecho desfiladero por donde bajaban con increíble destreza nuestros burritos.
Al llegar nuevamente a la puerta del recinto histórico, justo
en el límite donde comienzan las luces del poblado actual, un señor con pinta
de guarda nos recibió a gritos en una
inequívoca reprobación por nuestra hora de salida. Hacía rato que habían pasado
por allí los últimos visitantes.
Una bella experiencia sin duda y mejor contada. Una pena en la situación en que se encuentra la zona en estos momentos
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