Suma de números escritos a tiza sobre una barra de madera gastada, grifo de vermut, barriles con nombres de vinos a granel. Un viejo de barba blanca
entra desde el frío. La campanilla de la puerta lo delata. Va dejando libros de
poemas sobre las mesas ocupadas. Un camarero de modales anacrónicos y camisa
planchada pasa junto a él, lo mira con la displicencia de la familiaridad pero
no lo saluda, tampoco lo invita a marcharse. Un grupo de jóvenes prolijamente desaliñados pide la cuenta.
Niños de la posguerra. Berlín, 1947 |
Ella va al baño. Él se entretiene contemplando viejas
fotos que adornan las paredes. Se imagina ese mismo local hace cien años,
poblado de sombreros y mocasines de charol brillante. Sólo hombres en su interior,
un limpia en la puerta, una cigarrera de paso. Se oyen palabras anticuadas,
expresiones extintas. Hablan de islas de ultramar perdidas, de atentados al rey, de semanas trágicas, hay partidarios de un tal Gallito y otros de un tal
Belmonte. En una esquina, alguien trata de pasar desapercibido o simplemente hace tiempo. La vista extraviada sobre un periódico manoseado, el café humeante
junto a una maleta de cartón gastado. Quizá sea un anarquista camino de una
conspiración, quizá un asesino pasional que duda o tal vez un simple viajante
de telas de paso por la ciudad. Discusiones de otros tiempos, las mismas
angustias vitales de siempre.
Calle del Conde de Peñalver. Madrid, 1928. |
El camarero deja dos cañas sobre la mesa mientras
comenta la última proeza de Messi. El
viejo de barba blanca pasa recogiendo los libros de poemas que nadie ojeó. Ella
vuelve del baño, cuelga el bolso del respaldo de su silla, ningún móvil sobre la mesa. Su pelo corto realza
un rostro de belleza segura, sin aditivos.
-Si pudieras viajar en el tiempo, ¿A dónde lo harías? ¿Al
pasado o al futuro?
Ella lo mira extrañada, parece vacilar, vuelve la vista
hacia las fotos en blanco y negro que cuelgan de las paredes: niños remendados,
mujeres de riguroso luto asando castañas, un toro muerto en plena vía, calles encharcadas y sin asfaltar…
- Al futuro.
-¿Por qué?
Levanta su vaso para brindar y le insta a él a hacerlo también.
-Porque el pasado huele mal.
Para V. por regalarme una tarde la frase del final y por invitarme a viajar, de vez en cuando, sin salir de un café o de un bar.
Ramiro: cada vez te superas.- Estas 2 últimas entradas son sensacionales y lo de Sabina no puede ser más adecuado para el texto.- Ya nos gustaría tener tu verba para comentar al mismo nivel.- Habrá que inventar adjetivos.- Muchas gracias por hacernos recordar y disfrutar aunque sea del pasado maloliente.- Besos.- Los Mijeños
ResponderEliminarMijeños, siempre fidelis et fortis...;-) Gracias por asomaros siempre a estos balcones...
ResponderEliminarBesos para ambos!!!
Rami, si hay algo que me guste más que leerte, es releerte... sin palabras. Gracias.
ResponderEliminarY a mí que dejes mensajes tan bonitos por aquí...motiva para seguir contando todo lo que se ve desde el balcón...;-)
ResponderEliminarMuchas gracias Marta por estar siempre ahí...
Ella miraba y pensaba que el mejor tiempo es el presente continuo. O el futuro sin ansiedad.
ResponderEliminarElla es sabia y vuelve a regalar dos frases que bien merecen un post, un cuento, un libro, un encuentro.
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