"Ir sin mí. Yo no tengo estómago para presentarme a este carnaval de la muerte. En otros tiempos os habría acompañado. Ahora me es imposible" ("Patria", Fernando Aramburu.)
Abrí el libro por donde lo había dejado. Años de plomo en Euskadi. El fanatismo separatista no deja lugar a matices. O estás con nosotros o estás contra nosotros. No hay más. Y en los pueblos pequeños en que no cabe el anonimato, esta sensación es mucho más totalitaria y radical.
Hay
una marea, una inercia, un tsunami que te arrastra y te hace creer – es más
cómodo creerlo – que la carretera es de un sólo sentido.
Todo
es o blanco o negro. Murieron los colores. No cabe, no interesa, la reflexión.
Así que es mejor relajarse y dejarse llevar, disolverse en la masa gris.
Escuchar sólo lo que nos reafirma en nuestro fanatismo y, como buenos adolecentes, convertir
cualquier circunstancia en un acto lúdico.
Nerea
representa la corriente irreflexiva. Arantxa, el salmón que mira de frente a la
corriente y piensa, luego duda; no como un impostura de reafirmación de la
personalidad – de hecho prefiere que no se sepa – si no como una toma de
conciencia gradual de que todo acto tiene
sus consecuencias y de que la vida de un ser humano no es algo trivial con lo que se pueda jugar.
Las
amigas han decidido asistir a un homenaje a un dirigente etarra. A última hora,
Arantxa prefiere no ir y quedarse en casa. Nerea, su gran amiga hasta ese
momento, va a buscarla para tratar de convencerla. Que si no nos ponemos en primera
fila, que si luego nos vamos de pintxos…. Arantxa se niega pero no quiere
ofender al grupo así que pide a su amiga que cuente que está enferma. Teme las
represalias en forma de vacío. Algo comienza a romperse en aquel momento entre
ellas.
Cierro
el libro y enciendo la tele regresando a mi realidad de fines de 2019. En la
pantalla, jóvenes adolescentes imbuidos en otra bandera cortan carreteras y prenden
fuego a las principales arterias de otra ciudad.
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