Cuando
era pequeño, en mi pueblo, miraba a los visitantes de la capital – sus
matrículas y su acento los delataban – coma a seres acelerados con una prisa
intrínseca por llegar antes que nadie a ningún lugar.
Hoy,
que soy yo el que viene de paso, veo a mis paisanos moverse con una lentitud de
barro que los primeros días me exaspera. Como si para los de ciudad lo único
importante fueran las metas y para los de pueblo, el camino. Pero esta sensación no me dura más que unos días, tal vez horas, y poco a poco me voy mimetizando nuevamente con el dejo sureño del habla y con el temple aceitoso
de sus desplazamientos.
Esta
mañana acompañé a un par de amigos a hacer la compra y entramos a su carnicería
habitual – la mejor de Ronda según ellos – en un barrio populoso.
Había
una enorme y heterogénea cola formada por señoras mayores, chicos adolescentes
prendidos a sus teléfonos, deportistas de amarillo cantoso y currantes en mono
azul desesperanza. Nadie exudaba prisa y el dependiente, con una paciencia de
estalactita, iba preguntando uno a uno al atenderlos por su última operación de
menisco, su madre o sus oposiciones.
Al
percatarse de la presencia de mis amigos, les hizo una señal indicándoles una
esquina apartada del mostrador y, ahí, entre muslos de pollo y filetes de
cabezada, nos sacó una botella de manzanilla en rama elaborada por él, 3 vasos de
plástico y un platito con chicharrones marca de la casa también.
Manzanilla en rama y chicharrones para amenizar la espera en Carnicería Fai |
“Para
que no se os haga tan larga la espera” nos dijo. Y entonces, entre sorbo y
sorbo, yo fui tomando conciencia de que tal vez lo único importante fuera, sin
duda, el camino.
Nada como volver al pueblo, para sentir esa tranquilidad, la vida tan saludable que ofrecen sus calles, sus gentes y volver a recordar la infancia.
ResponderEliminarComo siempre, te superas en cada entrada.😀
Un beso
A veces,en algún momento,quisiera volver a algún momento de mi niñez...donde disfrutaba acompañando a mi tita a comprar ese pan de pueblo,porque me encantaba el olor a pan recién hecho.
ResponderEliminarTambién disfrutaba viendo como hacían y cortaban los churros al estilo tradicional.
Salir corriendo al umbral de la puerta cuando escuchaba pasar al señor que vendía los helados...
Ver llegar a los vecinos de mis titos con su caballo,yegüa o burrito y alforjas.
Hacerme fotos en la yegüa de mi tito mientras una mano adulta me sujetaba porque me escurría☺.Las gallinas tenían que duardarlas para que yo entrara a ver a los animalitos,pues me daban miedo y me ponía a dar gritos...nunca olvidaré el picotazo que un gallo me dio en mi dedito de niña,por llevar mis chanclitas rojas de "Mickey"...
Y desear que llegara el Domingo para ponerme un vestido mono y los zapatitos de vestir para hacer ruído al pisar las calles empedradas,me gustaba que sonaran mis zapatitos...
Lo que más echo de menos,es que entonces tenía una vida por delante,y mi cabecita llena de sueños e ilusiones para cuando me hiciera mayor...pero sobre todo tenía una inocencia que me hacía pensar que todas las personas eran buenas...hoy sigo conservando gran parte de aquella inocencia,pero la vida me enseñó que no todo el mundo es bueno,por desgracia,y a pesar de ello sigo creyendo en el corazón de las personas gracias a mi "eterna inocencia"...
Perdón por contar estas anécdotas,supongo que soy "peculiar"☺o diferente,
y enhorabuena por tu escrito.
Besos