Andaban ni rápido ni despacio, como quien
tiene un destino pero no prisa por llegar. Sus cuatro pies acompasados con la
naturalidad sincrónica de las atletas chinas.
En un primer momento no los vi. O tal vez
sí pero no los miré. Porque las prisas y la rutina son enemigas de los detalles
y nos llevan por autopistas sin áreas de descanso ni arcenes. Pero de pronto,
unas manos entrelazadas, dos ancianos y el hecho más cotidiano se transforma en
extraordinario. Y la autopista pierde el carril de adelantamiento y se paran los
relojes y desaparecen las metas. Y nos
colocamos detrás de aquel camión anacrónico y decidimos seguirlo. Y si el camión se
para en un seda el paso o ante un escaparate, nosotros también.
Ya no recuerdo el motivo por el que salí
de casa ni el tiempo que llevo siguiéndolos. Tampoco soy capaz de reconocer
desde hace rato las calles por las que deambulamos ni los parques que
atravesamos pero no me importa. Voy persiguiendo dos manos entrelazadas. La pura poesía de dos
ancianos todavía enamorados.
Imagen: Ramiro Curá |
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