La luz de los atardeceres de Otoño no ilumina los objetos, los acaricia. Se posa sobre los paisajes amarillentos con la delicadeza de una mariposa moribunda y recorre los rostros con la suavidad de una mano anciana.
La luz de los atardeceres de Otoño descompone la vida en una infinita gama de ocres y huye de las estridencias, de los desenlaces drásticos, de los contrastes violentos del verano para diluir los ángulos y las líneas en un sfumato renacentista.
Chinchón. Imagen: Ramiro Curá |
La luz de los atardeceres de Otoño, tiene la templanza de la experiencia y la serenidad de quien ha vivido y barrunta el final.
Hoy, día de Todos los Santos, la contemplo desde Chinchón, desde el mirador que hay junto a la Iglesia de la Asunción, como otros años lo hice desde Positano, San Sebastián, Granada o Ronda; y me doy cuenta de que da igual el lugar desde el que la admire porque, la luz de los atardeceres de Otoño, es bella en sí misma.
Chinchón. Imagen: Ramiro Curá |