Barbosa murió en 2000 pero ésa fue tan sólo su segunda muerte. La
primera sucedió medio siglo antes, en Maracaná, cuando Gigghia marcó para
Uruguay en la final y Brasil perdió “su” Mundial. Obdulio Varela subió a
recoger la copa y Jules Rimet, que tenía preparado un discurso de alabanza a
los anfitriones, se la entregó sin abrir la boca.
Barbosa recibe un gol en la final del Mundial 50'
Desde entonces Barbosa, el primer portero negro de la selección en una época en que se ser negro todavía era ser negro,
vagó como alma en pena estigmatizado por aquella derrota.
Barbosa tras la derrota de Brasil en la final del Mundial 50'
En el Mundial del 94 quiso visitar, para la grabación de un
documental, a la selección de la que una vez había formado parte en su hotel de
concentración en Estados Unidos y Zagallo, el entrenador, le prohibió la entrada “para no traer
malos recuerdos a los jóvenes jugadores”
“En mi país nadie puede ser condenado a más de 30 años de
cárcel, por horroroso que haya sido su crimen, y a mí me condenaron a cadena
perpetua” solía repetir. Pero lo que más le dolió en su vida no era aquel gol de Gigghia con el que soñaba de tarde en tarde, sino el comentario que
un día le escuchó a una madre
dirigiéndose a su hijo cuando él pasaba: "Ése es Barbosa, el hombre que hizo que todo el país
llorara". Lo que no sabía aquella mujer es que él ya no era él, sino tan sólo su espectro.